CENTRO DE INTERPRETACIÓN

Textos del Centro de Interpretación de la colonia de Borgonyà.

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¡Bienvenidos a la colonia de Borgonyà!

¡Bienvenidos a Borgonyà! Os encontráis junto al río Ter, en el término municipal de San Vicenç de Torelló, en la comarca de Osona. Aquí, en 1895, la empresa escocesa Coats fundó la colonia industrial de Borgonyà. De su unión con la catalana Fabra, surgió Fabra y Coats, una de las empresas líderes en el mundo en la fabricación de hilo, sociedad activa en este rincón del Ter hasta el año 2000.

Borgonyà es una de las colonias industriales más singulares de Cataluña y un ejemplo extraordinario del proceso de industrialización que vivió el país a lo largo del siglo XIX. La Revolución Industrial, iniciada en Gran Bretaña en el siglo XVIII, cambió el mundo y las formas de trabajar y vivir. Durante el siglo XIX las colonias del Ter y el Llobregat tuvieron un papel destacado en la industrialización catalana.

Durante muchos años, este edificio donde os encontráis acogió uno de los servicios más preciados por los habitantes de la colonia: el consultorio médico. También acogía la residencia del médico de la colonia, un espacio que ahora se ha convertido en centro de interpretación del conjunto.

¡Disfrutad de la visita!

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Una colonia escocesa en un río de colonias

Las colonias industriales son algunos de los elementos más representativos del proceso de industrialización que vivió Cataluña y que tuvo dos ríos, el Ter y el Llobregat, como grandes protagonistas. Las comarcas del Bages, el Berguedà, el Baix Llobregat, el Ripollès y Osona se llenaron de unos complejos fabriles a modo de auténticos pueblos nacidos alrededor de una fábrica, con viviendas y servicios para sus trabajadores y trabajadoras.

El río Ter nace en Ulldeter, en los Pirineos, a unos 2.400 metros de altitud y desemboca, después de 207 km, en el mar Mediterráneo, en el municipio de Torroella de Montgrí-L’Estartit. El Ter serpentea, en la comarca de Osona, por múltiples meandros y cambia su dirección norte-sur inicial reorientándose hacia el este. En el transcurso del siglo XIX, el Ter se llenó de fábricas y colonias que transformaron este territorio.

Borgonyà es una de esas colonias, una de las más tardías, pero también una de las más completas y singulares de toda la cuenca.

Objetos singulares

Reloj fichador

Marca Dey Time Registers Limited (Gran Bretaña). Año 1907. Procedencia: Museo del Ter

La disciplina del tiempo es rígida en la nueva sociedad industrial. El trabajo está regido por unos horarios sometidos a un control estricto, como muestra este reloj fichador. En los primeros años de funcionamiento de la fábrica, la jornada era de 64 horas y 30 minutos semanales. Esta jornada se fue reduciendo paulatinamente y en 1909, per ejemplo, era de 57 horas y 30 minutos. A partir de la famosa huelga de La Canadiense, de 1919, se pasó a trabajar 8 horas diarias de lunes a sábado.

El incumplimiento de las normativas laborales era muy habitual en las fábricas del Ter. En Borgonyà, sin embargo, los horarios se adaptaban a lo que marcaba la ley y, en ocasiones, incluso el número de horas trabajadas era inferior. En cuanto a los salarios, Fabra y Coats pagaba unas semanas iguales o mejores que las de las fábricas de la región, aunque con menos horas de trabajo, lo cual convertía a Hilaturas Fabra y Coats en una de las empresas con el precio por hora más alto de las fábricas del Ter.

Muestrario de hilos

Década de 1960. Procedencia: Familia Sellarès-Oró

Los hilos producidos por Fabra y Coats eran de una gran variedad y de alta calidad. Los distintos nombres con que se comercializaban estaban presentes en todos los costureros. A menudo hemos oído en boca de muchas costureras que se trataba del mejor hilo del mundo. Quién sabe… En cualquier caso, sí podemos certificar que eran de los de mejor calidad. Además del servicio a la industria del tejido, los productos de Fabra y Coats se distribuían mediante una gran red de vendedores detallistas, sastres o mercerías, entre otros, lo cual obligaba a contar con una extensa red comercial por toda España. A mediados del siglo XX, Fabra y Coats tenía 50 viajantes con automóvil de empresa que atendían a cerca de 50.000 cuentas.

Casco de bomberos

Década de 1950. Procedencia: Museo del Ter

Uno de los peligros habituales de las fábricas textiles era los incendios. La concentración de borra y otras materias inflamables provocaba que a la mínima chispa prendieran fuego y el incendio se extendiera. En la colonia también se daba este peligro y, de hecho, uno de los últimos incendios que hoy en día todavía se recuerda se produjo a finales de 1977 en el Casino.

Así, la prevención y la preparación contra los incendios era una de las preocupaciones principales: Borgonyà, pionera en muchos aspectos, también lo fue en este. El mejor ejemplo de ello es su cuerpo de bomberos: creado desde los orígenes de la colonia, en 1909 ya estaba constituido por 10 bomberos y 8 auxiliares; todos los bomberos compaginaban esta función con el trabajo en la fábrica y eran preparados y equipados para este cometido.

Botiquín

Década de 1930. Procedencia: CD Borgonyà

A más de 2.000 km de distancia de su Escocia natal, los Coats construyeron una pequeña población en la que por entonces no podía faltar su equipo de fútbol. Lo equiparon con los colores del club de su ciudad, el blanco y negro, del Saint Mirren Football Club de Paisley. Eran los orígenes en Osona de la práctica de un deporte que acabaría arraigando.

El campo de fútbol actual de Borgonyà se inauguró en 1924. Con anterioridad se jugaba en un primer campo de fútbol cerca de la fábrica. En 1895 se disputó el primer partido en Cataluña entre dos equipos de diferentes localidades: la Sociedad de Foot-ball de Barcelona, embrión de lo que en 1899 se convertiría en el FC Barcelona, y la Associació de Torelló, formada exclusivamente por británicos y trabajadores de la colonia, que estaba en construcción. La crónica de este enfrentamiento, que tuvo partido de ida y vuelta, se publicó en El Diluvio.

Material médico

Década de 1950. Procedencia: Familia Guri-Casamira

Uno de los servicios más apreciados y diferenciales de la colonia era el sanitario. Prácticamente en paralelo al nacimiento de la fábrica se ofreció la posibilidad a todos los trabajadores y familiares de recibir asistencia médica. En Borgonyà no era un servicio puntual, tal y como sucedía en la mayoría de colonias, sino permanente. Nos encontramos en el espacio que durante muchos años desempeñó la labor de consultorio médico y casa del médico.

La colonia ofrecía otros servicios sanitarios: durante muchos años contó, por ejemplo, con farmacia propia. También se velaba por la salud de la comunidad mediante el control y análisis periódico de las aguas de los diferentes pozos existentes en la colonia, así como de la leche que producían las vacas de las granjas vecinas. Otro servicio singular, el matadero, también pasaba controles sanitarios regulares.

Juguete del pato Donald con licencia Disney

Fabricado en la tornería Vila Soldevila de Torelló. Década de 1950. Procedencia: Museo de la Tornería de Torelló

Juguetes como este, fabricados en las tornerías de Torelló y el valle del Ges, podían encontrarse en la incipiente guardería de Borgonyà, conocida popularmente como la casa cuna. Desde 1927, la empresa ofrecía este servicio para los hijos de las trabajadoras, con preferencia por las residentes en la colonia. En 1952, se construyó un nuevo edificio para esta función, buscando un espacio más grande y soleado, al inicio de la calle Girona.

Los niños podían acceder a ella una vez la madre se reincorporaba al trabajo y podían acudir hasta que cumplían los quince meses. Durante esta estancia, las madres disponían de dos períodos de media hora durante la jornada laboral para la lactancia en una sala condicionada para este fin. Este servicio finalizó en 1982, poco después, en el mismo edificio, se instaló el centro de mayores.

Sombrero de uniforme escolar

Década de 1950. Procedencia: Familia Sellarès-Oró

Material escolar

Década de 1960. Procedencia: Familia Vilà-Puigdemunt

Los Coats llegaron a Borgonyà acompañados por trabajadores escoceses para instruir a la mano de obra local. Los escoceses, de religión protestante, llegaron con una maestra para sus hijos. El obispo de Vic, Josep Morgades, para evitar una posible expansión del protestantismo, fundó en 1898 una casa escuela, regentada por las hermanas dominicas, con el fin de instruir a los hijos de los obreros de la colonia. Desde entonces, y durante muchos años, a excepción de los tres años de Guerra Civil —en los que los maestros fueron laicos—, un cura y un maestro se ocupaban de la educación de los niños, y las dominicas, conocidas popularmente como las Hermanas, de las niñas.

En 1969 se cerró la escuela de niñas y la educación de ambos sexos se unificó hasta el curso 1979-1980, el último impartido en Borgonyà bajo el control de la empresa. Los horarios eran diferentes a los del resto de escuelas del entorno, ya que en Borgonyà se adaptaban a los horarios de fábrica de los progenitores. Las niñas debían compaginar la enseñanza reglada con las clases de costura.

Estufa

Marca Rayo (España). Década de 1930. Procedencia: Familia Guri-Casamira

La vivienda constituye otro de los servicios más característicos y apreciados de Borgonyà. De marcada jerarquía, las primeras casas de obreros se construyeron en la calle de Escòcia. A continuación, se levantaron las de las calles de Paisley (ciudad escocesa de donde procedían los Coats), Borgonyà y Coats. Las edificaciones de estas calles, las más antiguas, tienen la misma tipología: una hilera de casas, con fachadas al este y al oeste con un patio trasero donde se encontraba la comuna; en total, unos 75 m2 de unas casas con unas características muy británicas.

En el segundo cuarto de siglo XX, se da una fase de crecimiento y consolidación de la colonia. A partir de la década de 1940, se produce un cambio radical en la construcción de las viviendas: se abandona el sistema de construcción en hilera y se pasa a una tipología a partir de bloques de 4 viviendas, dos en planta baja y dos en primera planta. Viviendas igualmente con 3 habitaciones, pero que ya incorporan un baño en el interior. También es la primera vez que se utiliza la teja árabe. Construidas en la ladera de la montaña, las calles de Barcelona y Girona, son un buen ejemplo de ello.


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Evolución de la fábrica y crecimiento urbanístico de la colonia

Antes de la construcción de la colonia, este meandro estaba ocupado por cuatro granjas y sus tierras de cultivo. La ermita dedicada a la Virgen de Borgonyà, que da origen al nombre de la colonia, se encontraba donde ahora está la iglesia.

Los Coats adquirieron los derechos del agua en 1893 e iniciaron las obras para la construcción de la fábrica y las primeras viviendas en 1894. En 1895 se puso en marcha, pero el conjunto industrial y residencial fue ampliándose con el paso del siglo XX. Fábricas y viviendas estaban separadas por el trazado del ferrocarril de Barcelona a Puigcerdà, que atraviesa este lugar desde 1879, y la zona productiva se encuentra entre la vía y el río. En este ámbito se encuentra el canal, con un caudal de 10.000 litros por segundo, que alimenta dos turbinas Francis de 150 CV cada una, la máquina de vapor, que tenía 300 CV, y las calderas, la chimenea, las oficinas y un comedor destinado a los trabajadores.

Tres pasos inferiores por debajo de las vías conectan la zona industrial con la zona residencial, formada por conjuntos de calles y viviendas jerarquizados y servicios como la guardería (llamada casa cuna), el casino, el economato, la iglesia, el cementerio o los jardines, entre muchos otros. Borgonyà llegó a contar con una población de 862 personas en 1950.

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Trabajar en la fábrica en Borgonyà

A finales del siglo XIX, la empresa J&P Coats Ltd., de Paisley (Escocia), que ya distribuía sus hilos de alta calidad en el mercado español, decide construir una factoría propia en el país y elige el emplazamiento de Borgonyà. La primera nave fue inaugurada a finales de 1895 y un año más tarde ya funcionaba a pleno rendimiento con 385 obreros y obreras. En 1903 se constituye la nueva Compañía Anónima de Hilaturas Fabra y Coats, SA, producto de la asociación de los Coats con el grupo catalán SA Sucesora de Fabra y Portabella y los ingleses The English Sewing Cotton. Esta nueva sociedad estuvo en funcionamiento en Borgonyà hasta el año 2000.

Fabra y Coats producía una gran variedad de hilos de alta calidad en sus plantas de Borgonyà y Sant Andreu (Barcelona), entre otras. Las marcas que comercializaba eran muy conocidas y apreciadas: Cadena, Ancora o Cometa, entre otras. El pico de producción en Borgonyà se produjo a principios de la década de 1970, cuando se producían 80 toneladas de hilo a la semana.

En Borgonyà, en los años de máxima producción llegaron a trabajar un millar de personas. La mayoría eran mujeres, muchas de las cuales procedían, durante las primeras décadas, de las granjas y los pueblos vecinos y, posteriormente, de fuera de Cataluña. Inicialmente, la jornada era de 64 horas y 30 minutos semanas. A partir de 1919 se instauran las 48 horas semanales, por lo que la fábrica determinaba el ritmo de la vida en Borgonyà.

Objetos temáticos - TRABAJAR

Bata de trabajadora

Década de 1940. Procedencia: Familia Comellas-Mongay

Camisa de trabajador

Década de 1950. Procedencia: Familia Bujet

Caja e hilos J&P Coats

Principios del siglo XX. Procedencia: Familia Comellas-Mongay

Carrete de torcidos

Década de 1970. Procedencia: Dolors Mora

En la fábrica, obreros y obreras vestían según su condición: los encargados y obreros, con el traje azul de mecánico; el uniforme de las mujeres, como casi en todo el mundo textil, era también la típica bata azul. En la fábrica, ellas eran mayoría y durante todo el siglo XX representaban alrededor del 70% del total de los trabajadores. La preparación, los batanes y las cardas eran llevados exclusivamente por hombres. En el estiraje, los manuares y las mecheras, había una presencia predominante de mujeres. Al final del proceso de hilatura, en las continuas, los aspes o los acabados, ya eran una mayoría abrumadora. Este papel central de las mujeres del textil no siempre ha sido reconocido en toda su importancia y su aportación a menudo ha sido menospreciada o invisibilizada.

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No salir ni para ir a comprar

Borgonyà es una de las colonias más completas de Cataluña. Además de proporcionar las viviendas de los trabajadores de todas las jerarquías, Fabra y Coats prestaba un conjunto de servicios que la hicieron única entre las colonias del Ter: iglesia, escuelas para ambos sexos, cooperativa/economato, hermandad de asistencia, casino (con una amplia programación de teatro, cine y baile, además del café), campo de deportes (con campo de fútbol, pistas de tenis...), fonda, barbería, apeadero del ferrocarril, oficina de correos, cementerio, guardería y los servicios permanentes de un médico y una farmacia propia. Esta retahíla de servicios hacía de Borgonyà un pueblo industrial autosuficente, inspirado por un paternalismo que tenía el contrapunto de la voluntad de control.

Objetos temáticos - ECONOMATO

Carro del economato

Década de 1990. Procedencia: Familia Gálvez-Rodríguez

Carné del economato

Década de 1960. Procedencia: Teresa Parés

Moneda del economato

Década de 1940. Procedencia: Archivo de la Asociación de vecinos de Borgonyà - Ayuntamiento de Sant Vicenç de Torelló

Caja de refrescos de la marca Mirinda

Década de 1970. Procedencia: Museo del Ter

Báscula

Década de 1960. Procedencia: Museo del Ter

Desde el principio, en la fonda de la colonia podían comprarse comestibles y bebidas. Fue a finales de 1910 cuando se fundó la cooperativa La Familiar Borgoñense, situada en la calle de Borgonyà. La década de 1920 fue de prosperidad y, además de comestibles, la cooperativa también disponía de una carnicería, rebaño, pastos, matadero, barbería, estanco, teléfono público y panadería. Durante esta etapa, La Familiar se aproximaba más al espíritu cooperativista del momento, sin embargo, tratándose de una cooperativa de una colonia, se encontraba bajo la tutela de la empresa propietaria. En 1958 se inaugura renovada como economato y desaparece la denominación de cooperativa, ahora ya bajo el control por completo de la empresa. Funcionó como tal hasta 1986.

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Vida social, control social

La vida en la colonia giraba en torno a los horarios de la fábrica. La sirena marcaba los turnos de trabajo y, las campanas, la vida en la colonia, donde las actividades culturales, de deporte y ocio tenían un papel destacado. Teatro, canto coral, cine, fiestas populares, excursiones, la pesca o el fútbol eran esenciales para la socialización de los vecinos. En Borgonyà, la mayoría de estas actividades se encontraban estructuradas por un organismo creado y controlado por la empresa: el casino. En cualquier caso, tanto dentro como fuera del casino, ya fuera la festividad de Reyes o la cantada de Caramelles (canciones cantadas por Pascua), la vida latía como en cualquier otra parte, en medio de risas y llantos, pero en el caso de la colonia, siempre bajo la mirada y el control de la empresa, representada en algunos momentos de la historia por la figura singular de un administrador encargado de los asuntos relacionados con la colonia. A pesar de este control social, en Borgonyà a lo largo de su historia se produjeron huelgas y conflictos obreros, pero con menor incidencia que en los núcleos urbanos industriales del entorno.

Objetos temáticos - CASINO

Lata y bobina de película cinematográfica

Década de 1950. Procedencia: Ayuntamiento de Sant Vicenç de Torelló

Tocadiscos

Procedencia: Archivo de la Asociación de vecinos de Borgonyà - Ayuntamiento de Sant Vicenç de Torelló

Entradas de cine

Procedencia: Archivo de la Asociación de vecinos de Borgonyà - Ayuntamiento de Sant Vicenç de Torelló

Tablón de anuncios de las actividades del Casino

Procedencia: Archivo de la Asociación de vecinos de Borgonyà - Ayuntamiento de Sant Vicenç de Torelló

La empresa también era proveedora del ocio de Borgonyà. En 1897 ya se construyó el edificio del Centro Recreativo de Borgonyà. En la década de 1920 se amplió la oferta de actividades y se constituyó una junta para este nuevo proyecto, denominado desde 1924 como el Casino. Pensado exclusivamente para el ocio, siempre bajo la supervisión de la empresa, en uno de los artículos de los estatutos quedaba claro que: «No se permitirán discusiones sobre política y religión». El local del Casino aglutinaba un espacio destinado a café, durante muchos años de uso principalmente masculino, y la sala y escenario principales, que acogía representaciones teatrales, proyecciones cinematográficas, bailes y fiestas populares. El Casino también ofrecía actividades lúdicas, como el ajedrez y el billar, y culturales, como conferencias y lectura. En 1977 sufrió un importante incendio y poco después pasó a gestionarlo el Ayuntamiento de Sant Vicenç de Torelló como sala polivalente.

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Borgonyà hoy. ¡Hay que protegerlo y disfrutarlo!

Fabra y Coats, la empresa que marcó todos los aspectos de la vida en Borgonyà, ya no existe en la colonia. Pero la vida sigue y en 2022 cerca de 400 vecinos viven en lo que es uno de los conjuntos históricos y patrimoniales más importantes del Ter y Cataluña. En 2013, la Generalitat de Cataluña declaró Borgonyà como Bien Cultural de Interés Nacional (BCIN); de este modo está considerado como uno de los conjuntos históricos más representativos del fenómeno de las colonias industriales que en los ríos Llobregat y Ter caracterizaron la industrialización catalana.

Las calles y los edificios de Borgonyà nos hablan de una historia y un patrimonio que debe protegerse y conservarse. Pero, a la vez, este patrimonio es memoria y presente, y esa colonia nacida a finales del siglo XIX de la mano de gentes venidas de Escocia se ha convertido en un pueblo vivo que reivindica su historia.

CONSULTORIO MÉDICO

Textos del consultorio médico de la colonia de Borgonyà.

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El edificio donde nos encontramos, un conjunto de dos chalets adosados en forma de L que forman una U invertida, de planta baja y cubierta a cuatro vientos, es conocido popularmente por los vecinos de Borgonyà como el consultorio médico. Uno de los chalets, que ahora ocupa el espacio de la exposición, fue destinado a la vivienda del médico, y el otro, en el que nos encontramos ahora, era propiamente el consultorio médico de la colonia.

Estos edificios, que ya aparecen en un plano fechado en 1912, originariamente desempeñaron otras funciones. Durante la segunda mitad del siglo XX y hasta poco antes del cierre de la fábrica en el año 2000, se dedicaron a funciones sanitarias.

La puerta por la que accedemos hoy al consultorio médico era en realidad la puerta trasera, por donde accedían las urgencias médicas, a menudo accidentes laborales, y las consultas de los trabajadores y trabajadoras durante la jornada laboral, a fin de evitar las esperas que podían afectar a la producción. Los accidentados que no podían llegar por su propio pie eran trasladados con una camilla de ruedas que solo llegaba hasta la entrada, ya que no pasaba por la puerta, y que hoy puede verse en la sala de enfermería.

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El doctor, como todo el mundo conocía al médico en la colonia, era una figura destacada. Desde la puesta en marcha de la fábrica en 1895, había asistencia médica. Durante los primeros años fue el doctor Medir, no residente en la colonia, el responsable de visitar a los obreros, especialmente en caso de accidente en la fábrica. Con el paso de los años y el aumento de los trabajadores, la empresa se preocupó por el excesivo tiempo de espera en caso de accidentes y optó por establecer un médico residente en la colonia. En 1920 se contrató al Dr.Mateo y pocas semanas después al Dr.Querol, instalado en el conjunto conocido como la farmacia, un edificio próximo al campo de fútbol, de estructura similar al consultorio actual y hoy desaparecido. Los doctores Monmany, Clariana, Raureda y Latorre precedieron el doctor Joan Aranda, llegado junto con su familia en 1956, quien ejerció y residió en la colonia hasta 1974, cuando lo sustituyó el doctor Mullor, aunque este ya no residía en la colonia.

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Las enfermeras en muchos casos eran las responsables de aplicar los cuidados y administrar el tratamiento médico. El conocimiento y la destreza para llevar a cabo intervenciones iba combinado con la disciplina y el rigor por el control y la gestión de los informes médicos y el resto de papeleo que había que gestionar. La capacidad de escuchar y la discreción a la hora de atender a los pacientes también formaban parte de su día a día.

Entre tres enfermeras se repartían todas las horas del día: mientras una hacía el turno de mañana, de las 6 a las 14 h, la compañera hacía el de tarde, de las 14 h a las 22 h; las horas de noche las cubría un practicante. Recordemos algunos de los nombres: Ramona Casamira, enfermera y comadrona desde 1953, que participó en los partos de muchas vecinas de la colonia; Consol Bou trabajó desde el año 1969, recién terminados los estudios de enfermería, hasta el año 1985, además de otras enfermeras que también pasaron por el consultorio de Borgonyà como Teresa Riera y Dolors Català, así como el practicante Pancracio Cucurella. Previamente, y a pesar de no ser enfermeros, también cuidaron a los pacientes Mónica Agustí, Lucinda Pérez y Esteve Portero.

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Sala de espera

Cuando vamos al médico lo primero que hacemos es esperar. Los residentes de la colonia, después de pasar por la puerta, abierta desde la mañana, accedían a la sala de espera. Había unas veinte sillas de madera junto a la pared, una chimenea, más bien decorativa, y una mesa central donde, desde la década de 1960, esperaban la Gaceta Ilustrada y el ¡Hola!

Se pedía turno y funcionaba por riguroso orden de llegada. Cuando un paciente salía del despacho del doctor entraba el siguiente. En caso de necesidad, el paciente iba directamente al fondo del consultorio y se podía dirigir a la enfermera. Debido al elevado número de residentes en la colonia, se amplió la sala de espera y se colocaron sillas en el pasillo.

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Despacho del médico

El médico recibía a los pacientes en este despacho. El espacio disponía de una mesa, la silla del doctor a un lado y dos más para los pacientes al otro. De la pared colgaba un optotipo para evaluar la agudeza visual. El elemento principal era la camilla: en ella el médico examinaba el estado de salud de los pacientes. Un montón de archivadores, como el que puede verse, contenían el historial médico de todos los trabajadores y trabajadoras que habían pasado por la fábrica.

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Sala de rayos X

Hay constancia de que en 1951 se modernizó el instrumental del consultorio médico, y destacó especialmente la adquisición de un aparato de rayos X. Los dos vestuarios adjuntos permitían optimizar y agilizar el funcionamiento del aparato, y ahorrar la pérdida de horas de jornada laboral. El médico era el encargado de pasar la pantalla a los pacientes y, en caso de duda, se les hacía una placa que se revelaba en el cuartito oscuro junto a la ventana. Cada año, todos los trabajadores y trabajadoras de la fábrica pasaban por la pantalla para ser revisados del tórax.

La pared que da a la sala de espera estaba protegida por unos paneles para evitar la expansión de las radiaciones.

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Sala de enfermería

Tenían acceso directo a ella los trabajadores que habían sufrido algún accidente en la fábrica. Un timbre alertaba a los sanitarios y enseguida el paciente accedía a la sala de enfermería. Dos camas, una pica, una autoclave médica, un armario con medicación y la mesa de la enfermera, con cuatro sillas, era el mobiliario de la sala. Aquí, las enfermeras completaban las recetas, esterilizaban las gasas, pedían los medicamentos y desempeñaban un sinfín de tareas relacionadas con en el día a día del consultorio médico, aunque la labor principal era dar respuesta a las urgencias.

En los años de máxima ocupación de la fábrica —en 1973 trabajaban 986 personas en ella— había unas veinte incidencias diarias. La mayoría de los accidentes eran en las extremidades, con la maquinaria, con especial incidencia en las cardas, pero también había problemas en la vista, heridas provocadas por el hilo, que se enrollaba alrededor del dedo y podía llegar a ser cortante, o de astillas clavadas.

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Sala de cuidados

Tras la visita del doctor, cuando era necesario, el paciente pasaba a la sala de cuidados, donde lo atendía la enfermera. Esta sala tenía una báscula con tallímetro y otra para bebés, una camilla en el centro, una pica en el fondo y un conjunto de armarios donde se guardaban meticulosamente todos los utensilios y medicamentos. Encima de uno de los armarios estaban los aparatos de un completo laboratorio clínico.

Era la sala en la que las enfermeras hacían las analíticas, los controles de presión, daban los cuidados y administraban medicamentos. También visitaban a muchos bebés y llevaban a cabo revisiones ginecológicas a las trabajadoras. Sin embargo, cuando se trataba de embarazos, derivaban a las pacientes a la comadrona de la colonia, responsable de llevar a cabo el seguimiento hasta el momento del parto el cual, si no había complicaciones, se daba en casa.

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Esta era la puerta de acceso principal al consultorio donde, durante la semana, siempre había personal sanitario. La puerta se abría a las 8 de la mañana, aunque las enfermeras estaban desde las 6 de la mañana, y se cerraba a las 10 de la noche. Por aquí accedían al consultorio los residentes de la colonia cuando no trabajaban.